Feeds:
Entradas
Comentarios

Archive for febrero 2013

Una mariposa distraída se posó en la mejilla de Crísil. Tanteó con sus patas y cuando percibió que aquello se movía emprendió nuevamente el vuelo. Crísil lanzó un manotazo pues un picor en la mejilla le molestaba. Abrió los ojos y observó como varias mariposas revoloteaban cerca de él. El suelo estaba cubierto de césped y poco más alcanzaba a ver dado que grandes árboles cubrían todo el espacio. Se sentó apoyando la espalda en el árbol que tenía detrás. Se sentía descansado; el sueño había sido reponedor, notaba sus energías totalmente recuperadas. Fue a comprobar su brazo y lo que vio hizo que se levantara sobresaltado. Las heridas habían desaparecido por completo. Sus piernas no presentaban más que barro y suciedad porque  también los cortes habían desaparecido. Con su mano palpó la espalda y allí notó una ligera costra donde antes había una herida abierta. No comprendía que había pasado, pero le gustaba. ¿Sería el Bosque?. ¿Serían los dioses en los que nunca había creído quienes le habían sanado?. Caminó un poco estirando los músculos. Tenía hambre. Buscó por la base de los troncos hasta que encontró un grupo de grandes setas. Las examinó y tras confirmar que no eran venenosas las engulló salvajemente. Con el estómago lleno se dejó caer sobre el mullido césped y se sumió de nuevo en lo que esperaba fuera otro reparador sueño.

C&C

Pipi se concentró y llamó a Kin quien al rato hizo acto de presencia. Su rostro estaba serio y cuando reprendió a Yelde sus palabras sonaron autoritarias aunque no frías. – Yelde, ¿acaso no te acuerdas de lo qué sucedió en el tercer anillo?, ¿de las langostas asesinas?, ¿de la profecía?. Pequeña, el peligro es real; la amenaza acecha en algún lugar. Ya sé que intuyes que ese humano al que has encontrado no es una amenaza pero en estos momentos no debemos correr ningún riesgo. Ahora llevanos ante él, nosotras juzgaremos al intruso pues todo aquel que se adentra en nuestro reino debe hacerlo bajo nuestra vigilancia y nuestro permiso-.

Dicho esto las tres hadas emprendieron vuelo. Guiadas por Yelde Waiva llegaron al punto donde se había producido el encuentro. Pero allí no había nadie. Pipi miró con gesto serio a la pequeña.

-Lo siento, no pensé en la posibilidad que se despertara y marchara-, -Ahora tenemos a un humano vagando por nuestro reino, muy bien Yelde-, reprochó el hada guerrera. -Tranquilas chicas no pasa nada. Lo encontraremos y averiguaremos sus intenciones. Buscadle presiento que está cerca. No ha ido muy lejos-, intervino Kin para calmar los ánimos de la intrépida hada pelirroja.

Cerró los ojos y rastreó el Bosque. A ella nada le parecía oculto en su reino. Al instante lo localizó y hacía él se dirigieron. Volaron hasta llegar al árbol donde se hallaba otra vez dormido. Alrededor de él se apreciaban los restos de varias setas, prueba del buen festín que se había dado. Kin observó al hombre.

-Es joven, es un chico, un guerrero. Mirad la espada que porta, mirad las cicatrices que hay en su brazo y hombro-, -No es malo, está asustado, anda perdido, confuso-, decía Kin. Al oír la última frase, Yelde sonrió mirando a Pipi. Ésta se acercó a ella y pasó su brazo alrededor de su hombro atrayéndola hacia si, – Perdona pequeña, estoy un poco nerviosa con todo lo que está pasando-.

Kin se giró y les habló. – Una vez más tu intuición no te ha fallado. El joven guerrero no es una amenaza; no es él quien está atacando al Bosque. Es un viajero perdido. Será nuestro huésped mientras recobra fuerzas. Cuando lo haga, le ayudaremos a retomar su camino. Los otros humanos debían estar persiguiéndole y viéndose desorientado buscó un escondite en nuestro reino. Nosotras las hadas no negamos la ayuda a quienes la necesitan. Le retiraremos sus armas, en el Bosque no las necesitará. Tu Yelde te encargarás de cuidar de él. Serás su anfitriona. El humano se quedará en el primer anillo. Nosotras volveremos a la parte interior del Bosque, si nos necesitas convócanos-.

Kin se acercó y soplando en la cara del humano lo sumió en un profundo y mágico sueño. Pipi conjuró un hechizo de fuerza sobre las tres para poder acarrear entre todas el cuchillo y la enorme espada que portaba el guerrero. Estaban en ello cuando Kin pensó que retirarían sólo la espada. La torpeza de los humanos es tal que si se les priva de herramientas son poco capaces de valerse por si mismos, el cuchillo no representaría una amenaza en manos de este humano y en cambio le facilitaría la vida mientras permaneciera en el Bosque lejos de los suyos. Volaron hasta uno de los lagos que se encontraban entre el primer y segundo anillo y allí en una pequeña cueva guardaron el arma. Taparon con unas rocas el escondite y finalmente Kin selló mágicamente el lugar. Las dos hadas adultas volvieron a sus quehaceres. Yelde aprovechó para acercarse a hablar con Luci y comentarle los acontecimientos del último día. Mientras charlaban se les ocurrió recoger algo de fruta para el humano. Se despidieron muy alegres y Yelde regresó al primer anillo donde esta vez si encontró al guerrero en el mismo lugar.

Voló hasta encontrarse a unos cuantos pasos de distancia y allí depositó la fruta que había podido transportar. Tras un par de viajes un montoncito con varias piezas de fruta, entre las que se encontraban por supuesto los deliciosos kiwis, se erguía a escasos pasos del durmiente humano. Yelde movió sus alitas para suspenderse en el aire y volar hasta encontrarse a pocos centímetros del humano. Flotaba por encima de su cabeza, la cual yacía sobre la hierba apoyada sobre su brazo  que hacía las veces de almohada. Si hubiera estirado su mano las puntas de sus deditos hubieran acariciado su peluda mejilla. Allí estaba. Notaba la esencia de aquel ser. Ya no había dolor, no había miedo solamente  aceptación y tranquilidad. Lo miró y sonrió. Se elevó por los aires hasta alcanzar la primera rama del árbol. Allí buscó hasta que encontró un piñón. Una sonrisa traviesa escapó de su boquita. Lo arrancó y se colocó en la perpendicular con el ser que dormía unos metros más abajo. Soltó su improvisado proyectil. Los segundos se hicieron eternos mientras contemplaba como el piñón descendía acercándose cada vez más a su objetivo.

-¡Clas!-, sonó secamente al chocar contra el hombro del guerrero. Éste se revolvió girando sobre si mismo aplastando con su espalda algo de fruta. Su mano buscó instintivamente la espada pero sólo encontró aire donde esperaba encontrar la empuñadura. La sensación y olor de la uvas y kiwis aplastados llamó la atención del joven. -¿Qué es esto?, ¿ mi espada?, esto no puede estar pasando-, pensaba Crísil apretando los dientes al mismo tiempo que se tocaba la espalda con sus manos. Miró el piñón y luego levantó la cabeza hacia arriba.

-Alucinante, antes las heridas desaparecen, ahora mi espada y en su lugar esta fruta. No debe ser cosa de los dioses, todo debe tener una explicación más terrenal-, reflexionaba mientras observaba los kiwis aplastados y un par de peras que se habían librado de ser machacadas por su peso.

-¿Hay alguien ahí?, ¡EEEOOO!-, gritó el guerrero mirando hacia todos los lugares. El grito espantó a varios pájaros que salieron de los árboles colindantes asustados y alborotados. No hubo respuesta. Crísil se agachó y agarró el par de peras mientras con la otra mano se tocaba su pegajosa espalda. Se encaminó hacia ningún lugar pensando en buscar algo de agua con la que saciar su sed y lavarse.

Yelde se encontraba escondida entre las ramas. Se tapaba la boca con sus manitas, siéndole muy difícil contener la risa. El humano había rodado como un tonelete aplastando toda la fruta manchándose toda la espalda en el proceso. Él se quedó observando y luego gritó algo que ella no llegó a entender, pero por su gesto y tono parecía que no se trataba de reproche y enfado.

-Creo que va a ser divertido-, pensó Yelde. Levantó el vuelo y pasando entre las copas de los árboles comenzó a seguir al humano en su camino hacia no sabía donde. El hada miraba detenidamente sus movimientos y gestos. Primero comió dos peras, incluyendo el poco sabroso nervio. Caminaba buscando alguna cosa y a menudo se rascaba las nalgas, otras veces la cabeza y los brazos. Alguna que otra mosca lo seguía y al final Yelde entendió que la suciedad le molestaba. Comprendió que esa capa de barro y suciedad no era voluntaria, ni tenía ningún propósito especial como en el caso de algunos animales, sino que al igual que las hadas, tal vez no tanto como a ellas, la suciedad disgustaba a los humanos.

Pensó en un plan y descendió hasta posarse detrás de un tronco a la izquierda del humano. Agarró una ramita y la rompió. Aguardó un instante hasta comprobar que él había escuchado el ruido y se dirigía hacia allí. Voló a ras de suelo unos cuantos metros más allá y entonces movió unas ramas. De nuevo espero hasta comprobar que el humano había vuelto a escuchar. Le hacía gracia, el pobre agarraba su cuchillo en tensión.

-Que asustadizos son. Parecen pajaritos aunque más valientes pues los pájaros huyen en cambio él no lo hace. Curioso si; curioso como yo es este humano-, pensó el hadita mientras observaba como medio agazapado el semidesnudo guerrero avanzaba hacia el lugar donde pocos segundos antes ella había provocado el ruido. El juego era divertido. Ella volaba unos metros por delante; se escondía detrás de árboles y plantas y desde una posición segura, cuando aún el humano no estaba a la vista pero ella lo sentía cerca, provocaba algún ruido con ramas, hojas o piedrecillas. En seguida el guerrero haciendo gala de una exquisita percepción se dirigía hacia allí. Estuvieron así un buen rato hasta que Yelde creyó que la cercanía al lago era tal que el solo sería capaz de dar con la balsa de agua. Ascendió a la copa de uno de los árboles que flanqueaban el lago y esperó.

En efecto, el instinto del guerrero le llevó hasta el agua. Pareció que el simple hecho de visualizar el pequeño lago calmara al guerrero, pues este tiró su cuchillo, se despojó de las raídas telas que portaba y se lanzó corriendo, riendo, gritando o saben otros humanos que ruidos emitía en ese momento hacia el lago, rompiendo con su cuerpo su superficie y zambulléndose en la cristalina y limpia agua. Yelde se encontraba tumbada sobre su barriga, estirada y apoyando su cabeza entre sus manos. Observó como el humano se limpiaba restregando sus manos por todo el cuerpo y asistió atenta a como hacía el muerto flotando sobre el agua durante un par de minutos; como desaparecía debajo del agua para luego saltar fuera de ella y volver a caer dentro de la masa de líquido creando a su alrededor pequeñas olas. Después estuvo haciendo cosas raras con el cuchillo. Era como si pelara su cara para eliminar el pelo que la recubría. Por último, limpió las telas que eran su única prenda y volvió a ajustarlas en torno a su cintura. Tras un rato lanzando piedras al lago el humano pareció cansarse y se acercó a un árbol. Se recostó sobre él y dejando caer sus manos a los lados se propuso dormir un rato. Yelde observaba sentada como poco a poco el cuello se le iba ladeando, y como su respiración se hacía más ligera. A los humanos también les gustaba dormir, como a ella.

Decidió acercarse para observar desde más cerca el nuevo aspecto que tenía el chico, ya que ahora si podía apreciar que su rostro era el de una persona no vieja para los de su especie. Voló hasta situarse detrás del árbol donde se apoyaba el joven y tomó tierra. Caminó de puntillas con las manitas juntas, como si de un pequeño canguro o mapache se tratara. Una pícara sonrisa adornaba su cara. Comenzó a rodearle para poder tener una perspectiva mejor de su afeitado rostro. Todavía quedaban algunos rastros de pelo, pero ya no parecía un semi animal. Podría decirse que su apariencia era muy similar a la suya. Su piel estaba morena que no sucia, lo que indicaba que llevaba muchos días de viaje bajo el sol. Su nariz presentaba una ligera desviación; algún golpe dedujo. Su pelo era castaño y todavía mojado caía sobre sus hombros y frente. ¿Cómo serían sus ojos?

Crísil esperó, esperó y no dejó de esperar. Simulaba que dormía pero realmente esperaba a su presa, o a aquello que fuera lo que hacia acto de presencia cuando dormía.

-Sí, giraré el cuello lentamente, hará un buen efecto-, se dijo a si mismo. Estaba preparado para abalanzarse sobre él. Tenía la certeza que aquello, animal, ser o divinidad no era maligno dado que le había procurado curación, comida y agua. ¿Qué enemigo le había ofrecido la más mínima ayuda alguna vez?. Pasó mucho rato y a punto estuvo de dormirse en alguna ocasión, pero su cuerpo estaba descansado y su mente despierta. Escuchó como la hierba era aplastada a escasa distancia detrás de él. Era el momento. Se relajó y abrió su mente a los sentidos. La fresca brisa trajo hasta él un riquísimo olor a flores. Un olor que por un momento llegó a recordarle al de las doncellas que habían jugado con él tiempo atrás en su castillo. Por un momento Vasa, su hermana le vino a su mente, pero tampoco era su olor. Era un olor como si un jardín con un millón de preciosas y frescas flores lo rodeara todo. Un olor que le embriagaba de felicidad y placer. Sus oídos le indicaron que algo se acercaba por su costado, algo silencioso y precavido. Era el momento, se abalanzaría sobre su curioso amigo y acabaría el juego que había empezado. Un caballero como era él se merecía la oportunidad de agradecer todo lo que habían hecho por su bienestar. Crísil abrió lo suficiente el ojo como para poder observar por el rabillo del mismo que acontecía. Sus músculos se tensaron. Sus ojos se abrieron de par en par y su cuerpo reaccionó. El salto hacia adelante para abalanzarse sobre su intrigante amigo invisible se convirtió en un retroceso torpe y a trompicones alejándose de aquello. Su garganta sólo atinó a articular: -¡Mi madre!-.

Allí justo a escasos pasos de él se encontraba el ser más extraño, raro, intrigante…maravilloso, bonito, tierno y mágico que había visto jamás. Era una mujercita pequeña; más que pequeña enanita, de unos dos palmos de altura con un cuerpecito precioso. Era como una linda muñeca de cabellos largos castaños ligeramente rojizos. Diminutos piececitos que eran el principio de unas piernas torneadas que terminaban en un diminuto y muy sugerente cuerpecillo. Su cara blanquecina presentaba dos mofletes rosaditos muy graciosos y en ella brillaba una luz. Una luz que era emitida por unos preciosos ojos color marrón. Era como si dos piedras de ámbar recibieran toda la luz del sol y la reflejaran a quienes la contemplaban cegándolo, maravillándolo por tal belleza.

Pero lo que más llamó la atención de Crísil fueron esa dos alitas que reflejaban la luz con colores suaves. No cabía duda, se encontraba en frente de un hada. Nunca hubiera creído en su existencia. Se acordó de su querida profesora Tesa y como le contaba historias de estrellas fugaces y hadas. Había olvidado la ilusión que generaban en él esos cuentos. Al igual que la edad acaba con la ilusión de los niños, su adolescencia acabó con los recuerdos de las hadas y las ninfas.

Yelde quedó petrificada. El humano abrió los ojos y se lanzó hacia atrás huyendo de algo. La sensibilidad del hadita le permitió percibir el miedo, el espanto que emitía el joven, y entonces se percató que era ella quien le producía esa sensación negativa al humano. Su corazoncito se heló y el susto de verse sorprendida dio paso a una pena inmensa. ¿Cómo podía asustarse de ella?. Ella era buena, ella no había hecho daño nunca a nadie. Se quedó parada mirando al joven. Miró fijamente a sus ojos. Unos ojos de color azul, unos ojos que le traían a su mente el cielo que podía observar desde el primer anillo. Un cielo limpio, despejado. Unos ojos llenos de vida y energía que le sacaron una sonrisa. Abrió los labios e imitó los sonidos que había escuchado anteriormente, -Eoeo-, vocalizó con una voz suave y tierna.

Muchos creen que las hadas no hablan, ya que normalmente se comunican telepáticamente o a través de la esencia, pero todo lo contrario. Las hadas pueden emitir sonidos a través de sus cuerdas vocales de la misma forma que lo hacen los humanos; y muchas veces, sobre todo al anochecer o cuando el cielo está cubierto por estrellas,  sus lindas y suaves voces llenan el entorno con melódicas canciones que engrandecen los corazones de quienes las escuchan. No es rara la vez que los gnomos del Bosque han quedado maravillados por las canciones que Yelde canta a las estrellas desde su cueva.

Todavía arrodillado, el atónito Crísil percibió una ligera sonrisa en la cara del hada y luego de su boca salieron palabras humanas con una tonalidad preciosa que le dejó boquiabierto. Era como el pájaro más bonito del mundo cantando, como la niña más dulce recitando, un arpa de oro, una voz que sólo un ser mágico podía poseer. Le entró una risa tonta al escuchar el “eo” de esa cosita tan pequeña. Sonrió y movió las manos saludando a su interlocutora. Los ojitos del hada parpadearon coquetamente mientras se acercaba precavidamente unos pasitos.

-¿Cómo te llamas?; yo soy Crísil-. El guerrero no obtuvo respuesta. El hada sólo sonreía y movía su cabecita mientras miraba para arriba. -Eoeo- repitió el hada.

-Mmm parece poco inteligente este ser-. La cara de Crísil, o tal vez su esencia debió reflejar una parte de la decepción o frustración por ver que la comunicación con aquel ser no era posible. Yelde notó que el humano quería comunicarse por lo que decidió, a pesar de la vergüenza que le producía hablar empleando la palabra, utilizar las enseñanzas de su amigo Ganda.

-¿Quieres ser mi amiguito?-, dijo con su linda voz. Crísil quedó estupefacto. Quedaba claramente demostrado que aquel ser si era capaz de comunicarse. -Sí, quiero ser tu amigo, yo soy Crísil-, dijo señalándose el pecho con los dedos. -¿Tú quién eres?-, continuó mientras la señalaba.

En su mente las palabras pronunciadas por el humano eran desgranadas, comparadas con el vocabulario que había tenido tiempo de aprender con Ganda y completadas por la intuición y sensaciones que transmitía el humano y que ella era capaz de percibir.

-Yo Yelde, yo hada, Bosque casa-, atinó a contestar para acto seguido comenzar a reír a carcajadas.

-Tú Yelde, Yo Crísil, tu y yo amigos-. Contestó el guerrero, señalando en cada caso con la mano. Y también comenzó a reír.

Yelde estaba disfrutando enormemente del juego. Además de utilizar la vocalización de palabras estaba abriendo totalmente su mente y cuerpo para que la esencia inundara todos sus sentidos y poder de este modo percibir que sentía, que pensaba e incluso llegar a comprender que decía el humano. La esencia del humano se fundía con la de ella haciéndole sentir una sensación agradable que nuca antes había experimentado. Notaba como ésta recorría su cuerpo para luego salir de él dejándole unos gustosos escalofríos. Escalofríos que se convertían en calor cuando un nuevo soplo de su energía penetraba en ella.

Desde el interior de su ser algo, como una fuente que surge del suelo, comenzó a fluir. Una pequeña llamita de luz comenzó a ascender desde su pecho hasta su cabeza. El calor que generaba esa energía era agradable. Sus alitas y sus ojitos comenzaron a brillar y ascendió por los aires hasta situarse a la altura de esos ojos azules que le miraban absortos.

Crísil quedó helado. El hada comenzó a brillar. Sus alas se movieron rápidamente para hacer que ésta ascendiera con gracia hasta situarse enfrente de él y entonces los vio. Aquellos ojos, esos lindos ojos brillantes que le cegaban eran aquellos que habían venido en su ayuda cuando se encontraba sumido en pesadillas días atrás. Aquellos ojitos eran los del hada. Los recordaba perfectamente, era ella. Quién sino podría tener tales ojos acompañados de una sonrisa tan bonita. Quedó petrificado. Asombrado por lo que no podía ser otra cosa que una jugada del destino. Una señal de algo que se escapaba a su entendimiento.

Una voz se deslizó dentro de la mente de Yelde. -Aprenderás a comunicarte con el humano, aprenderás a entenderle y hacerte entender; descubrirás todos sus secretos pues tu poder abrirá su mente para ti. Acércate pequeña, acércate y hazle sentir tu energía-. La voz sonaba muy familiar pero no se paró a buscar en su memoria con quien relacionarla. El fuego que sentía, el cosquilleo que le recorría todo el cuerpo iba en aumento y las ganas de agarrar la cabeza del humano se convirtieron en ansiedad. Sonrió y voló hacia él, quien permanecía atontado. Sin moverse todavía arrodillado. Sus dos pequeñas manos se posaron en la melena del joven, sus deditos se deslizaron por sus cabellos hasta tocar su cabeza y entonces abrió la boca y suspiró.

Un torrente de energía recorrió el cuerpo de Yelde. Notó como esa energía, que potenciaba la suya propia, la arrastraba al interior del humano. Su mente viajaba por los canales de energía que recorrían su esencia como si estuviera descendiendo en canoa por un torrente. Comenzó a recibir estímulos, su mente se abrió y por un momento se conectó a la del guerrero. Un sinfín de imágenes se atropellaron en su cabeza proyectándose en sus retinas.

Crísil vio como el hadita se acercaba hacia él. Estaba hermosa envuelta en un aura de luz brillante. Su cabello y ropas flotaban como arrastradas por un viento ascendente. Era tal el sentimiento de paz que sentía que no intentó esquivar ni apartarse de esas pequeñas y suaves manitas que se aproximaban para tocarlo. Cerró los ojos y notó el cálido contacto de ellas y entonces un fuego abrasador le recorrió el cuerpo. No podía gritar, no era dolor lo que sentía, sino un cosquilleo tremendo como el que se siente cuando una ola de placer recorre el cuerpo de uno. Sus ojos se abrieron de par en par para encontrarse con los brillantes ojos del hada. No podía apartar su mirada de la suya. Al mismo tiempo que notaba como una serpiente se deslizaba por su mente comenzó a ver en la pupila del hada imágenes, imágenes de su vida pasada: Él abrazado a su madre; él viendo las estrellas en la torre del castillo, entrenándose de mayor, cabalgando con Matas, observando una cuna donde yacía su hermana bebé, luchando por su vida, persiguiendo bandidos, hablando con los alquimistas, saliendo del castillo, cabalgando hacia el sur, enfrentándose a los bárbaros, huyendo de ellos, hundiéndose en las ciénagas, durmiendo, sí…durmiendo en el Bosque. La cabeza comenzó a darle vueltas, perdió el equilibrio y volvió a caer al suelo.

El guerrero cayó al suelo y entonces Yelde salió de su trance. El aura desapareció y la llamita se extinguió poco a poco sin dejar rastro. La pequeña hada descendió, preocupada por el estado del joven. Tenía el rostro pálido y sus ojos estaban vidriosos. Puso sus manitas sobre sus mejillas y le susurró al oído: – No te preocupes Crísil. Yo te cuidaré, estás mareado, emborrachado de mi energía-. Él solamente pudo mirar ese rostro mágico, esos ojitos y sonreír de forma bobalicona asintiendo con una leve inclinación de cabeza.

La forma en que se lo dijo, el vocabulario que había empleado sorprendieron a la propia hada. De forma instintiva y natural había articulado las palabras como si de una humana se tratase. No sabía que tipo de poder había actuado sobre ella pero fuera el que fuera era poderoso ya que con solo pensar en algo, material o inmaterial, las palabras humanas le venían a la cabeza. Se sentía capaz de hablar y entender a cualquier humano y tiempo tendría de confirmarlo en el futuro. Es más, ahora mientras miraba al guerrero tumbado en el suelo acudían a su mente recuerdos de éste que eran tan reales como si los hubiera vivido ella misma. Lo conocía y podía comprender su miedo, su soledad y su alegría.

Crísil tenía una mirada perdida pero sus ojos no se apartaban del rostro de ella. Extendió su dedo índice y acarició su carita. Una ráfaga de energía pura e inocente recorrió todo su cuerpo hasta ir a chocar con un punto en su pecho. Un pequeño punto de esencia que había permanecido oculto para ella, escondido durante todo este tiempo. El hada mostró la más espléndida sonrisa que había puesto jamás y sus ojos parpadearon nuevamente; sus mofletes se enrojecieron ligeramente y su mente acogió la verdad que se le presentaba. Recordó como aquella voz que instantes antes le había guiado le adelantó tiempo atrás los acontecimientos venideros y afirmó en voz bajita como contestándole: -Si, él es el elegido. Él es mi elegido-.

Read Full Post »